La Aviación Naval Argentina conmemora y celebra sus primeros 100 años de existencia.
Es fácil adivinar que nuestros pensamientos se unen con los de nuestros pioneros, hablando de su futuro, pensando en como abrirse paso a través del profesionalismo y la adversidad al alcanzar estos merecidos 100 años.
Fácil es también imaginar la vitalidad de esos jóvenes enfundados en cascos de cuero, antiparras y rudimentaria ropa de vuelo, en aviones frágiles de cabina abierta, entre la niebla, desafiando el clima hostil de nuestra Patagonia, cobijados tan solo por ese sonido reconfortante y amigable, el atronador ruido de los motores a pistón, el aroma a hélices de madera y aceite de castor; aferrando bajo sus guantes con el nervio pulsante de sus puños el acelerador, los comandos y herramientas.
Fácil es hoy imaginarlos formados junto a nosotros, a ellos como fieles actores del accionar de la Aviación Naval, en la paz como en la guerra, en épocas de bonanza como también de adversidad.
Estos 100 años no son solamente una de las tantas historias grandes de nuestra República Argentina, es nuestra propia historia, y cada uno de nosotros somos una pieza más, única e irrepetible de ese gran rompecabezas infinito que comenzaron a construir nuestros pioneros, interminable e incompleta lista de personas que con profesionalismo, entusiasmo y profundo amor en lo que creían y hacían transformaron ese sueño en realidad, una llama eterna que bajo ninguna circunstancia debe apagarse.
Historia poco conocida, en parte por considerar nosotros mismos nuestros actos, incluidos los más heroicos como simples "actos de rutina", porque es nuestro trabajo, sin esperar otro reconocimiento que un simple "BZ" al lograr nuestro objetivo.
Vaya como ejemplo de abnegación lo sucedido en febrero de 1922 cuando la mayor parte de la Aviación Naval en la Base Aeronaval Puerto Belgrano conformada de dos hangares y un puñado de aeronaves de ese entonces, quedó reducida a cenizas luego de un voraz incendio que aparentemente cercenó los sueños de ese reducido grupo de hombres que conformaban el primer núcleo sólido de la naciente Aviación Naval.
Este incidente les dio la convicción y fortaleza plena de la tarea a realizar y como profesionales persiguiendo un anhelo, lo lograron.
Vale tan solo recordar que cuarenta años mas tarde de aquel incendio, solo en la Base Aeronaval Comandante Espora se alojaban mas de 120 aeronaves de todo tipo y partiendo desde sus plataformas y pistas se volaba mañana, tarde y noche en forma ininterrumpida.
Allá arriba, muy arriba en lo alto, donde el sol es prístino, muy cerca de Dios, sobre Fuerte Barragán, Sobre San Fernando, Sobre Puerto Belgrano, sobre Campo Sarmiento, Sobre Punta Indio, sobre Espora, Sobre Río Grande, sobre Ezeiza, sobre Trelew, sobre Ushuaia y la Antártida, sobre los campos auxiliares y nuestro mar, sobre nuestros buques y aquí encima nuestro, en esa bóveda celeste magnánima e infinita, están grabados los nombres de todos aquellos que pertenecieron y pertenecen a esta esforzada, distinguida, noble y selecta Aviación Naval.
Aquí en la tierra y en nuestras vidas, sus acciones viven para siempre en sus libretas de vuelo, sus hangares, sus talleres y oficinas y en sus testimonios, materiales e inmateriales que hoy custodiamos.
Los que tenemos el honor de servir hoy en la Aviación Naval sabemos y sentimos que aquellos días pasados son presente eterno para nosotros y aquellos que vendrán, y que nuestras acciones encontrarán a su tiempo su lugar en la historia.
Gloria eterna a esas alas que llevan extendidas sus anclas como muestra única y certera de que todos estamos presentes.
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